La diosa que llevo dentro ha dado un triple salto mortal con pirueta y tirabuzón incluido, y ha ido a escacharse a los pies de mi cama. La pobre mía se ha lesionado gravemente; esguince de tobillo, clavícula astillada y el codo partido. Ahí es nada. Conste que yo ya la venía avisando que no está bien andar por ahí en modo contorsionista, independientemente del cuerpo, máxime ahora que la tendencia es globalizarse. Pero claro, ya saben ustedes como son las diosas.

Yo a la mía, que lejos de cubrirse de lentejuelas, guarda cierto gusto por el buen vestir, siempre le aconsejo que sea consecuente y coherente en su forma de actuar. Lo quiera o no, por muy diosa que sea… ¡¡soy yo la que la lleva dentro!!

Así pues, y sin que sirva de escándalo los términos en los me dirijo a ustedes, intento ir con los tiempos y no que éstos me arrastren, comparto mi disertación acerca de los dioses que se quieren independizar… dando saltitos.

Si un dios mayor o menor, semidiós o simplemente un héroe quisiera abandonar el Monte Olimpo, ¿quiénes somos nosotros, simples mortales, para impedirlo? No hay nada que de Más repelús y sea Más incomprensible que un dios esclavizado. Pero, y yendo por partes, si un dios, semidiós o héroe pretende ser libre para marchar del Paraíso, luego que no venga con que se ha arrepentido porque ya no habrá marcha atrás. Si ellos como seres superiores no saben qué quieren, ¿qué ejemplo vamos a seguir los demás? Una vez decidido que se van, han de ser sensatos, por algo gozan de un estatus prócer, y asumir que nos abandonan por voluntad propia sin que nadie les empuje a hacerlo, y que por tanto lo harán con una simple maletita de enseres personales, y no con lo que les plazca, que nosotros tenemos que seguir con nuestras vidas. Como quiera que son dioses y que se van porque se sienten mejor sin nosotros, porque pudiéramos serle una carga y por qué no decirlo, porque les da la soberana, que no real, gana, que hoy no tenemos por qué aguantar a nadie, sepan los “diositos” que el mundo sigue girando sin ellos y que está lleneciiiitos de ateos, agnósticos y otras categorías en las que no vamos a entrar, porque “¿pa qué?”. Y permítanme esta licencia gramatical pero es que a veces, la diosa que llevo dentro no entiende que tal vez, y sólo tal vez ella solita, me dé Más castigo del que yo como ser inferior le doy a ella, que los dioses están para protegernos, preservarnos, incluso mantenernos, y no para dar saltitos al vacío.

Que con tantos dioses, ahora fuera, ahora dentro… ¡¡¡estoy que me llevan los demonios!!!


Siempre vuestra, 
La Abadesa.

Por una burla fatídica del destino he terminado viviendo entre conventos, yo que siempre soñé con una cabaña en el bosque lejos de todo lo terrenal… y lo divino. Aunque, y todo hay que decirlo, me consuela pensar, que no saber (los matices de certeza en estos tiempos lo son todo) que algún día tendré el mío propio. Yo que pago religiosamente las mensualidades marcadas por la tiránica entidad bancaria que me concedió la hipoteca, aún cuando hay meses que se eternizan en el calendario, y a pesar de que los conventos de ahora no son los de antes. Lejos quedan esos gruesos muros que te cobijaban del frío y te refrescaban del calor, que hacían las veces tanto de escudos, como de sepulcros. Las paredes hoy son de cartón piedra, pero la pagamos a precio de oro, cortesía de una burbuja inmobiliaria que se dice estalló en las narices de quienes ni saben, ni tienen. Ahora aguantamos estoicamente la calor asfixiante de agosto, la humedad y el frío que rezuma llegado el invierno; y sobre todo, no menospreciando las inclemencias de la climatología, llevamos a cuesta la cruz que suponen los cantares vecinales, ese ruido indecoroso de la cisterna, y tantos otros sonidos fatales para la supuesta calma monacal. ¡¡¡Ainss, Santa Madonna!!! A lo que hemos llegado…

Pero a lo que vamos, la vida entre conventos a veces se inunda de una aparejada y manida soledad, otras tantas se llenan de conspiraciones e intrigas, más propia de otras instituciones con más realengo que de un simple convento, pero créanme que haberlas, haylas.

Por todo ello, por esa necesidad imperiosa de compartir clausuras y trovas bajo la ducha, por romper el silencio que se torna pesado cuando resulta impuesto, porque MI convento aunque no lo crean, es y será NUESTRO.

Hoy abro una ventana al mundo, para que se aireen las calinas, las venturas y desventuras de quien por naturaleza es fiel sirviente, que no sirvienta; esperando de aquél todo lo que el género humano dé de sí.


Siempre vuestra, 
La Abadesa.