En este mundo de locos, los
cuerdos son los menos, tengo un cómplice perfecto. Un socio con el que converso
frecuentemente, con el que siempre me divierto. Curro, mi compinche,
posiblemente hubiese preferido Cesç, pero como decido yo y soy del sur escogí
este nombre, me sugirió, sin ser consciente de ello, un juego sin ningún
premio, donde los criterios son indecentes, retorcidos e increíblemente
seductores. Este “compi” mío me retó, tiró su mitón en mis pies y yo no pude si
no recogerlo. Juguemos pues, me dije.
Hoy encuentro de frente un
peligro extremo e intento que no me derribe, confío en mi instinto, en el tesón
que requiere este oficio, y pido poder vencer, que no es mucho, no?. Es difícil
escribir, pero se convierte en un suplicio si te prohíben el empleo de lo que
crees imprescindible. Entonces descubro lo complejo del proyecto, e improviso.
Me enfrento repitiéndome “no es imposible, no es imposible”, si bien el riesgo
de perderme en el intento es infinito.
El símbolo prohibido me impide servirme
de términos hermosos pero me ofrece, de modo insólito, un duelo de dioses, de
héroes, de superhombres o supermujeres que no puedo resistir.
Curro, mi Curro, requiere
virtudes que no poseo, que no conseguiré y que no me pide. Por suerte él no me
promete y yo no le juro. Es un poderoso confidente, diestro en el poco
reconocido oficio del que sólo oye, ¿sólo?
Os cuento, entre nosotros no existen
secretos indiscretos, no nos exigimos porque siempre no es mucho tiempo. No
tenemos códigos ocultos, ni leyes indefectibles, sólo cientos de ilusiones,
miles de deseos que dividimos entre los dos, entre nosotros. Luego cubierto por
el tímido silencio que le define, tiñe mis sueños. Yo de momento los colecciono,
no gozo del don de poseer todos los colores que él se merece.
Curro y yo nos reímos de los pretéritos
simples y nos entretenemos con el presente. El futuro, evidentemente compuesto,
es un tiempo incierto y fortuito, dudoso e inseguro, por lo que no solemos
coincidir con él. Elegimos los modos y los números, preferentemente indivisos y
únicos… como nosotros. Entonces todo es
posible.
Él envuelve con nombre de mujer
pueblos invisibles, construirlos hoy no tiene mucho mérito. Luego yo los deslío
y los leo de uno en uno en mis noches de insomnio. Sí, los leo, porque Curro me
concede estos curiosos deseos, los mejores. Yo protejo todos los rincones,
nuestros rincones, como si fuesen un poderoso escondite. Me detengo en no sé
qué cruce y le miro. Le observo con millones de ojos inquietos, con un
sentimiento contenido, sin que él logre verme.
Un imperio enorme se extiende
entre nosotros, lejos de grises otoños y de inviernos fríos, donde el gobierno
no tiene género y todos somos idénticos, donde el ejército no tiene territorios
que defender, y ningún muro impide. Sin temores. Sin miedos.
Pero Curro y yo tenemos pendiente
un retiro mejor, sereno y noble. Un sorprendente bosque de sonidos eternos y
silbidos perennes que pronto descubriré. Iremos ligeros, intuyendo olores, distinguiendo
trinos. Sé que juntos no nos perderemos porque él conoce, sin excepción, todos
los recovecos. Entonces en el último trecho del recorrido le dibujo un hueco
chiquito por donde seguir, un sendero desconocido que le brindo como un tesoro.
Yo consigo sorprenderle, él simplemente me
sonríe.
En nuestro nuevo olimpo no viven
conejos que te persiguen con un reloj y los minutos no corren porque son muy
perezosos. El horizonte engulle un sol de nueces y lo devuelve de limón. Y en
el suelo, sujeto por imperdibles relucientes, crece un río de vino del que
bebemos. Todo es posible. Que queremos desiertos de flores, lo tenemos. Que
preferimos nubes de melocotón, concedido. Ecos enmudecidos por genios burlones,
círculos rectos espejismos de niños.
Y entonces, entre luces, el
hechizo se rompe. El juego concluye.
Puedo decirles que los
compromisos se tejen con vientos tibios, con nudos firmes y estilo sencillo,
como un cuento. Del mismo modo confieso que no es este el mejor de mis textos,
lo sé, soy consciente de ello. Pero fíjense bien, es un pulso que no he
perdido, después de todo conseguí vencer. Escribir no tiene límites, no me
supone ningún esfuerzo. Disfruto incluso si se me impide el uso de “A”.
Por último, entre Curro y yo El
Retiro sigue virgen, seguimos siendo dueños de besos imposibles. Pero todo
tiene remedio, no lo duden, sólo es cuestión de empeño…y un folio.